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Las cicatrices de las palabras: cuando lo que dicen los padres duele más que los golpes.

Los golpes son violencia, y dejan marcas que nadie debería soportar. Pero hay heridas que no se ven y que dejan marcas mucho más hondas: las palabras. Lo que un padre repite sobre sus hijos puede convertirse en la voz interior que los acompaña de por vida.


“Sos una puta.”

“Sos una fracasada, nunca lograste nada.”

“Nunca vas a llegar a nada.”

"Me arruináste la vida".


Estas frases no son solo insultos al aire. Son cuchillos invisibles que se clavan en la infancia y siguen sangrando en la adultez. Porque la voz de una madre, la primera voz que nombra, tiene el poder de convertirse en verdad. Y aunque uno crezca, se case, tenga hijos o logre independencia, esa voz permanece adentro como un eco que destruye y duele igual o más que cuando eramos niños.


El refugio que se convierte en peligro


Lo más devastador es que, para muchos, esa violencia verbal no queda en la infancia. Continúa en la adultez. Pacientes que a sus 40 o 50 años todavía soportan que sus madres los llamen “fracasados”, “egoístas”, “nadie te va a querer”.


En un mundo ya duro de por sí, donde la vida exige tanto, volver a casa debería ser volver al refugio. Y sin embargo, para muchos, es entrar en el territorio más peligroso. La familia, que debería ser lugar de abrigo, se transforma en el espacio más hostil.


Una mujer me contó entre lágrimas cómo su madre, incapaz de sostener una pareja en toda su vida, la llamaba “puta” y “fracasada” porque ella, a sus 35 años, estaba divorciada. El insulto, además de injusto, era incoherente: la madre no había sido ejemplo de nada, pero aun así encontraba en la humillación de su hija una manera de descargar sus propias frustraciones.



El espejo roto de las palabras


Desde la neuropsicología sabemos que las palabras de una madre activan el mismo sistema del estrés que una amenaza física: sube el cortisol, se activa la amígdala, el cuerpo entra en alerta. Desde el psicoanálisis entendemos que esas palabras son espejos: lo que la madre dice se convierte en la manera en que el hijo se mira.


Si un padre repite “sos un inútil”, el hijo no solo lo escucha, lo cree. Y aunque la realidad muestre otra cosa —estudios, logros, familia—, esa creencia permanece como un agujero negro en el alma. El golpe duele y deja cicatriz en la piel. La palabra, en cambio, perfora la autoimagen. Construye una creencia que se repite en silencio: “No sirvo. No merezco. No valgo nada.”


El silencio que mata por dentro.


Lo mismo ocurre con los silencios. Cuando un niño confiesa un abuso y la respuesta de un padre es negar, callar o cambiar de tema, lo que recibe no es neutralidad, sino una condena silenciosa: “Tu dolor no importa. Vos no existís.” Ese vacío no calma, hiere. Desde el psicoanálisis entendemos que esta falta de reconocimiento es una forma de violencia invisible que destruye las bases psíquicas del niño, dejándolo atrapado en la confusión y en la soledad más radical.


El juego perverso del perdón y la culpa


Algunos padres intentan suavizar sus actos con pedidos de perdón. Pero lo hacen de un modo engañoso: “Perdoname… pero vos también me hacés sufrir, nunca pensás en mí.”


No es un verdadero arrepentimiento, sino una trampa que proyecta la culpa en el hijo. Así, la herida no cicatriza, se agranda. El hijo no solo carga con el insulto, sino también con la obligación de cuidar al padre que lo daña.


La trampa de buscar aprobación eterna


Muchos adultos caen en la ilusión de que, si hacen lo suficiente, algún día recibirán el abrazo que les fue negado. Trabajan, ayudan, se esfuerzan por ser “buenos hijos”, incluso sacrificando su bienestar, esperando una mirada de amor.


Pero ese pozo es sin fondo. Cuando una madre o un padre no tienen amor para dar, ningún esfuerzo lo puede generar. Lo único que se logra es una vida gastada intentando conquistar lo imposible.


Comprender no es justificar


Es verdad: esos padres también fueron hijos. También recibieron desprecio, violencia, abandono. Lo que dicen muchas veces es un reflejo de lo que ellos mismos son, de sus propias heridas no elaboradas.


Pero comprender no significa justificar. Entender de dónde viene el dolor no lo vuelve menos destructivo. Y repetir frases hirientes a un hijo no deja de ser responsabilidad del adulto que lo hace.


Romper cadenas: un camino duro, pero posible.


Romper estas cadenas no es sencillo ni rápido. No basta con “pensar en positivo” o “perdonar”. A veces la salida implica tomar distancia para siempre. Cortar el vínculo con una madre o un padre que sigue dañando puede ser la única manera de sobrevivir.


Ese camino es doloroso, porque se rompe la ilusión de que algún día llegará el amor esperado. Pero también es liberador: permite dejar de buscar en el lugar equivocado y empezar a construirse un refugio propio.


La terapia se convierte en un espacio vital: un lugar donde el hijo —ahora adulto— puede escuchar su voz verdadera, reconocerse sin insultos ni silencios, y empezar a escribirse de nuevo.


Un cierre realista y esperanzador


Sanar es posible, pero no es fácil. Requiere valentía para mirar de frente las cicatrices, aceptar que hay vínculos que quizás nunca cambien, y decidir que nuestra vida vale más que la aprobación que nunca llegó.


Las palabras de una madre o un padre pueden destruir, pero también podemos elegir que no sean la última palabra. No se trata de olvidar ni de negar el dolor, sino de aprender a hablarse a uno mismo con otra voz: la voz que nombra con respeto, con cuidado, con amor.


Romper la cadena no significa reconciliarse con quien nos hirió, sino impedir que esa herida siga marcando generaciones. Porque cada adulto que se atreve a sanar se convierte en la prueba viviente de que el dolor puede transformarse en algo distinto: en un nuevo lenguaje de dignidad y amor propio.



Plegaria por amor en la infancia


Que nunca falten,

Madres amorosas,

no perfectas, pero suficientemente buenas.


Que el universo las inspire a escuchar,

a sostener con paciencia,

a nombrar con ternura

lo que duele en silencio.


​Que también haya siempre padres presentes, que brinden un refugio seguro y enseñen la fuerza de la ternura.


​Que puedan ser faro en la tormenta,

puerto seguro en la marea,

y raíz firme en la infancia.


Pedimos por ellos,

por los que ya son

y por los que se convertirán,

para que los niños de mañana

conozcan el amor como cimiento,

y aprendan que son dignos

de ser amados, cuidados y vistos.



_____

Gracias por leer, compartir y dejarme tus pensamientos o consultas.

Evelyn 🙏💙



ree

 
 
 

1 Comment


Guest
Aug 23

Woouuu, se me puso la piel de gallina además de un nudo en la garganta.... gracias a dios que estoy trabajando esto en terapia. Gracias terapeutas por existir y salvarnos de este terrible trauma...

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Holistic Psychoanalysis by Evelyn

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