Hay niños que crecen demasiado rápido. No porque quieran, sino porque las circunstancias los obligan. Son los que aprenden a callar sus necesidades porque hay problemas "más importantes" en casa. Los que asumen responsabilidades que no les corresponden. Los que aprenden a leer los gestos de los adultos para anticipar una crisis. Crecen, pero no de la manera que deberían.
El hogar es el primer escenario donde aprendemos qué esperar del mundo y de los otros. Cuando este espacio es seguro y predecible, el niño puede explorar, jugar y equivocarse sin miedo. Pero cuando el hogar se convierte en un campo de batalla emocional, el niño deja de ser niño.
Las Cargas que No les Corresponden
Un niño no debería ser responsable de:
Cuidar a sus hermanos como si fuera su madre o su padre.
Ser el sostén emocional de un adulto que no puede con su propia vida.
Asegurarse de que los adultos no peleen.
Soportar la angustia de sus padres sin derecho a expresar la suya.
Aprender a defenderse solo, sin nadie que lo proteja.
Pero muchos lo hacen. Y, sin darse cuenta, crecen creyendo que el amor significa sacrificio, que su valor depende de lo que pueden hacer por los demás y que expresar sus emociones es un problema.
"Niño
Deja ya de joder con la pelota
Niño
Que eso no se dice
Que eso no se hace
Que eso no se toca"
Cuando Ser Fuerte es la Única Opción
Ante un entorno caótico, la mente del niño encuentra formas de adaptarse. Algunos aprenden a ser invisibles, a no molestar. Otros se convierten en pequeños adultos, resolviendo lo que los mayores no pueden. Algunos se endurecen, como si nada les doliera. Otros cargan culpas que no les pertenecen.
Estas estrategias ayudan a sobrevivir en la infancia, pero con el tiempo se convierten en patrones inconscientes que afectan la vida adulta. Relaciones donde siempre se prioriza al otro. Dificultades para poner límites sin culpa. Un cansancio emocional que nunca se va.
Sanar es Permitirse Ser
El trauma infantil no desaparece con el tiempo. No se "supera" solo porque la persona creció. Se queda, en la forma en que nos relacionamos, en cómo nos tratamos a nosotros mismos, en lo que creemos merecer.
El pasado no cambiará, es verdad, pero el presente y el porvenir sí, si así lo deseas.
El trabajo terapéutico no busca revivir el dolor, sino darle un lugar. Nombrar lo que no se pudo decir. Entender que esas estrategias que fueron necesarias en la infancia ya no tienen que ser la única forma de existir.
Sanar no significa olvidar lo vivido. Significa aprender a vivir sin que el pasado defina cada paso. También significa preguntarnos qué historia queremos escribir para quienes vienen después de nosotros. Sanar implica resignificar nuestra propia infancia, recreando dentro de nosotros esos padres y madres internos que nos sostienen con amor, comprensión y cuidado, incluso cuando los reales no pudieron hacerlo. Porque solo así podremos romper el ciclo y construir un futuro donde, finalmente, los niños sean solo niños.
Gracias por leer
Evelyn
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