¿Quién no tiene algo hoy?
- Evelyn
- Jul 20
- 4 min read
El fanatismo por autodiagnosticarse y la búsqueda desesperada de sentido
Una paciente me dijo una vez, sin rastro de ironía:
—Yo tengo todo: TDAH, ansiedad, apego evitativo, y creo que algo de narcisismo también.
Lo decía con naturalidad, casi como quien recita su carta natal o el resultado de un test de BuzzFeed.
Y no era la única. Cada vez más personas llegan al consultorio no a preguntar qué les pasa, sino a confirmar lo que creen tener.
Vivimos una época donde ponerle nombre al malestar parece darnos alivio. Nombrar calma. Por eso tantos buscamos explicaciones, etiquetas, siglas. Porque el caos sin nombre asusta. Pero, ¿qué pasa cuando ese diagnóstico se vuelve la nueva identidad? ¿Qué perdemos cuando nos explicamos solo desde lo que nos pasa?
🔍 El diagnóstico como alivio (rápido)
Autodiagnosticarse es, en el fondo, un intento de poner orden. Si sé qué tengo, entonces algo sé. Me ubico, me organizo, y por un instante, el síntoma deja de ser un monstruo incontrolable. Es lógico. Nombrar da control.
Pero esa calma dura poco.
Porque cuando lo que buscamos no es comprendernos, sino cerrar rápido el caso, el diagnóstico se transforma en un sello. Y de ahí, a la trampa, hay un paso: dejar de vernos como personas complejas, con historia, con matices… para convertirnos en “la ansiosa”, “el TDAH”, “el evitativo”, “el impostor”.
📦 El síntoma como identidad
Ahí empieza lo más peligroso: confundir lo que me pasa con lo que soy.
Cuando el diagnóstico se vuelve sustantivo, deja de ser una herramienta. Ya no digo “sufro ansiedad”, sino “soy ansioso”. No “me cuesta poner límites”, sino “tengo apego desorganizado”.
Como si todo mi yo estuviera resumido en un manual de psicopatología. Como si lo único que tuviera para contar sobre mí fueran mis síntomas.
Y no lo hacemos de mala fe. Lo hacemos porque duele menos definirse así, que explorar lo que hay más abajo.
Un caso particular de esto es el famoso síndrome del impostor, que ya parece un requisito para existir hoy. Todos lo tienen, todos lo mencionan. Pero a veces, lo que se esconde debajo de ese “van a descubrir que no soy tan bueno” no es una estructura clínica… sino un miedo profundo a fallar. A no estar a la altura. A no ser tan especial.
Es más fácil decir “tengo síndrome del impostor” que reconocer que me aterra equivocarme, ser criticado, o descubrir que soy como todos los demás. Porque eso duele. Eso confronta.
Y en ese sentido, el diagnóstico también funciona como un escudo elegante para no habitar ese miedo.
🎭 Cuando el trastorno se convierte en excusa
Y en algunos casos, sin darnos cuenta, idealizamos el diagnóstico.
Lo usamos para explicarlo todo. Para justificar por qué me alejo, por qué no pido perdón, por qué hiero.
— No soy desatento, es mi TDAH.
— No soy hiriente, tengo rasgos narcisistas.
— No es que no me importe, es mi apego evitativo.
Pero el furor por etiquetarse no termina ahí. En los últimos años, términos como “tengo ansiedad” o “tengo apego ansioso” han sido reemplazados por otros más amplios y abstractos, como “soy neurodivergente”. Palabras que nacieron de entornos clínicos y científicos con un propósito claro, hoy circulan como si fueran estilos de personalidad. “Soy neurodivergente” a veces significa simplemente “me aburro rápido”, “me frustro fácil” o “no logro mantener el foco”, sin preguntarse por qué.
Este tipo de autodefiniciones —aparentemente sofisticadas— funcionan muchas veces como escudos ante algo más crudo: la dificultad para interesarse en algo que no provee gratificación inmediata, la evitación del esfuerzo, o incluso una profunda desconexión con la vida misma. Y ahí aparece la trampa: usar una palabra clínica para justificar el desinterés, o para no hacerse cargo del malestar.
Lo que al principio era un modo de entendernos, se vuelve una especie de salvoconducto emocional. Un lugar donde ya no me hago preguntas. Me instalo. Me excuso.
Y así, lo que era una herramienta terapéutica, se convierte en una defensa: una forma elegante de no asumir responsabilidad ni explorar lo que duele en serio.
📲 La psicología viral y sus efectos secundarios
Redes sociales como TikTok e Instagram popularizaron el lenguaje terapéutico. Y eso tiene algo positivo: hay más conciencia, más preguntas, menos estigmas.
Pero también tiene un costo.
En el afán por simplificar, muchos terminan diagnosticando en 30 segundos. Videos como “5 señales de que tenés TLP” o “¿Sos ansioso o solo te tomás mucho café?” convierten procesos profundos en slogans virales.
Y el resultado es confusión: más etiquetas, menos procesos. Más síntomas, menos escucha.
Más autodefinición, menos autocompasión.
🪞¿Qué estamos buscando realmente?
Detrás del fanatismo por diagnosticarse hay algo más profundo: el deseo de entenderse, de validarse, de sentirse visto.
Y eso es legítimo.
Pero ningún diagnóstico reemplaza el trabajo emocional real. Ninguna etiqueta va a calmar lo que solo puede calmarse en un espacio seguro, humano, con tiempo.
Quizás no tengas TDAH, ni rasgos de nada.
Quizás solo estés cansado. O dolido. O fuiste criado en un entorno difícil.
Quizás no te falta un diagnóstico. Quizás lo que te falta es una historia que alguien te ayude a narrar.
🎤 Para cerrar (sin cerrar nada)
No sos tu síntoma.
Sos todo lo que hay debajo: tu historia, tus silencios, tus búsquedas, tus heridas y tus ganas de estar mejor.
Y si tenés algo —como todos—, está bien.
Pero que eso no te defina.
Ni te limite.
Ni te impida cambiar.
Gracias por leerme y compartir. Y no dudes en dejar tus comentarios.
Evelyn

Muy buen articulo, y yan cierto hoy en dia.